Es un tipo duro, podría decirse que el baranda del bebedero. Muy desconfiado y en cierto sentido el mantón del barrio. Cuando deja oír su grito como evidencia de su presencia, los demás huyen dejando expedito el camino para que el señor entre sin que nadie le moleste. La imagen de este córvido es una de las que más tiempo he esperado. Siempre tan esquivo, tan misterioso... con ese nombre tan sonoro, y ese color azul tan diferente a los demás azules que había visto. Este invierno, en le comedero, no quiso entrar y mira que estaba cerca, pero no, no lo veía claro. Sin embargo, en el bebedero entró inesperada e inopinadamente el primer día. Miró a ver qué era todo aquello que antes no estaba allí y decidió entrar a beber. Apenas cabía en el encuadre, dispare una, dos, tres, cuatro veces ante la mirada inquisitiva del chulo del barrio. Por las prisas, mo miré como estaba la configuración de la cámara pero ya era demasiado tarde porque desde el suelo voló para perderse y quizás no volver otro día.
El arrendajo (Garrulus glandarius), a pesar de su fama es una especie eslabón, creo que se llama así. Estas especies tienen una importancia básica en los ecosistemas puesto que de ellas depende en buena medida la existencia de otras muchas especies. En este caso, el arrendajo durante el otoño recolecta bellotas, piñones y otros frutos de los bosques en los que habita y las guarda en un agujero que excava en el suelo para los momentos más duros del invierno. De aquí viene su importancia ecológica ya que este ser aviar tiene una memoria relativamente olvidadiza y no todos los frutos que guarda luego los encuentra, así que de esta desmemoria nacen nuevas encinas, pinos o castaños, que a su vez darán cobijo y alimento a un montón de otros habitantes de los bosques. Así que cuando veas un arrendajo ya sabes tiene voz de macarra pero es un excelente jardinero del bosque, respétalo y hazlo respetar.
EF100-400mm f/4.5-5.6L IS USM
1/100, f/5,6, iso 1600
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